Capítulo 36:

Mariana apretó los dientes. No necesitaba ser cuidada, maldita sea, y no quería a Thiago con la mujer que se veía claramente que lo quería.
¿Celosa? Oh, sí, estaba celosa. Y esto la sacaba de quicio. No pensaba que se sentía más miserable que antes, pero se equivocaba.
—¿No hay nadie más a quien podía haber llamado? preguntó Mariana.
Thiago la miró extrañado por un momento.
—La hemos ayudado antes a rastrear personas desaparecidas.
Mariana se mordió los labios para no decir algo más. No había nada menos atractivo que una arpía.
—Avisaré si vuelvo muy tarde.
Thiago se agachó, le dio un beso rápido, y se encaminó hacia la puerta. Se puso el Stetson y salió.
Mariana le observó salir, odiando el modo en que la hacía sentir. Miró a Peter y Juan y se estremeció. Era obvio que podían ver lo que estaba sintiendo. Últimamente, parecía atraer solo humillación.
Sus hombros cayeron, y ella caminó por el pasillo, en dirección a los dormitorios. Se paró en el medio. Una risa histérica burbujeaba de ella. ¿En qué habitación se refugiará?
Optó por el baño. Abrió el grifo del lavabo y humedeció su rostro con agua fría. Cuando levantó la cabeza, vio a Peter mirándola por el espejo. Permaneció en la entrada, apoyado en la puerta.
—¿Quieres jugar al Monopoly conmigo y con Juan?
Le sonrió débilmente y asintió. Por lo menos, él no estaba intentando inspeccionar sus emociones.
Esperó un según y entonces volvió a la sala. Juan tenía puesto el tablero de Monopoly en la mesa de café, y Peter traía tres tazas de la cocina.
—¿Quieres chocolate caliente? —preguntó Peter.
—Parece rico —contestó ella.
Se sentó en el sofá, mientras que Juan y Peter se sentaron en el suelo, a cada lado de la mesa de café. Agarró la taza entre sus manos y sorbió el chocolate. Cualquier cosa para no pensar en donde estaba Thiago y con quien.
—Odio verte tan disgustada —dijo Juan en voz baja.
Echó un vistazo de reojo, asustada de sus propios pensamientos. Sus celosos pensamientos.
Suspiró y dejó la taza. Se frotó cansada la sien.
—Estoy siendo poco racionable.
Peter murmuró algo.
Se volvió a él, sintiéndolo como un aliado.
—¿Por qué no te gusta?
—Es una bruja malévola.
Mariana se rió.
—Gracias. Creo que necesitaba eso. Ella no se parece a mí, esto es seguro.
Peter gruñó.
—Está enfadada porque puso los ojos en Thiago, pero él no mordió el cebo.
—¿Nunca? —preguntó ella suavemente—. Me pareció que tú y Juan eran todo lo que había entre Thiago y una relación más profunda con ella.
Juan y Peter se miraron duramente.
—¿Se está acostando con ella? —quería que la pregunta sonara casual, pero en vez de esto, salió como aterrada.
Juan juró.
—Mira, amor, no sé si se acostó con ella. Sé que ahora no se está acostando. No después de ti.
De alguna manera, la idea de que Thiago se había acostado con Maria, no la hizo sentirse mejor. No es como si Mariana hubiera estado aquí todo el tiempo.
—No somos santos, Mariana. Tuvimos mujeres, pero no somos imbéciles infieles. Thiago no se acostaría con otra mujer. No después de comprometerse contigo.
Peter movió la cabeza, asintiendo.
—¿Entonces por qué se va a ella? —se desahogó Mariana.
—No puede suportar la idea de no ayudar a una mujer en apuros —dijo Peter—. Tiene una debilidad por damiselas en apuros.
Mariana palideció. ¿Eso era lo que era? Dios, encajaba en el molde. Las lágrimas pugnaban por salir, y parpadeó para detenerlas. No quería ponerse en ridículo. Más de lo que estaba.
Juan lanzó un dado a Peter, pegándole en la cabeza.
—¿Eres tonto?
Mariana se levantó. No se iba en molestar en fingir por más tiempo. Estaba demasiado enfadada como para actuar como si todo estuviera bien.
—Me gustaría ir a la cama —dijo ella—. ¿Hay una habitación a la qué podría usar? —esperaba que leerán entre líneas. Quería una habitación solo para ella.
—Usa la de Thiago —dijo Juan—. Puede dormir en el sofá cuando vuelve.
—Gracias —murmuró mientras iba hacia el pasillo.
En cuanto estuvo fuera de la vista, corrió hacía el cuarto de Thiago. Después de entrar, se encerró y se apoyó en la puerta.
Las lágrimas que intentó tanto de contener, se derramaban por sus mejillas. Todas las emociones contenidas durante los últimos años salieron a la superficie. La desilusión y la sensación de traición, su humillación y falta de juicio que demostrara. Todo era suficiente para derribarla, y hacerla avergonzarse.
No se molestó en desnudarse. Alejó el edredón y se deslizó bajo ellas, y las pujó firmemente a su alrededor, mientras se abrazaba las rodillas.


Continuara......