Capítulo 65:

Lali se fijó entonces en lo que quedaba de su ejemplar de La Ilíada. Los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la expresión de Peter mientras pasaba sus páginas. Las horas que habían pasado juntos mientras ella lo leía. Habían sido unos momentos muy especiales, mágicos; los dos tumbados frente al sofá, perdidos en la historia, como si hubiesen estado en un reino privado, sólo de ellos dos. Su propio paraíso.
— Los ha destrozado todos —murmuró—. ¡Dios! Ha debido pasar horas aquí.
— Señora, sólo son…

Peter agarró al agente Reynolds por el brazo y lo sacó de la habitación.
— Para ella son mucho más que simples libros —le dijo entre dientes—. No se atreva a burlarse de su dolor.
— ¡Vaya! —exclamó el hombre avergonzado—. Lo siento.
Peter volvió junto a Lali.
Sollozaba incontrolablemente mientras pasaba las manos sobre las hojas sueltas.
— ¿Por qué lo ha hecho?
Él la levantó, la sacó del vestidor y la acostó en la cama. Ella no lo soltó. Se aferraba a él con tanta fuerza que a Peter le costaba trabajo respirar, y lloraba como si el corazón estuviese rompiéndosele a pedazos.
En ese momento, Peter quiso matar al hombre que le había hecho esto.
Sonó el teléfono.
Lali gritó y forcejeó para incorporarse.
— Shh —le dijo Peter, mientras le limpiaba las lágrimas y la sostenía, impidiendo que se moviera—. No pasa nada. Estoy aquí, contigo.
El agente Reynolds le pasó el teléfono.
— Conteste, por si es él.
Peter miró con furia al hombre. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Cómo podía pedirle que hablara con ese perro rabioso?
— Hola, Candela—saludó Lali, y volvió a estallar en lágrimas mientras le contaba a su amiga lo que había sucedido.
La mente de Peter bullía al pensar en el hombre que había invadido la casa de Lali y la había herido tan profundamente. Lo que más le preocupaba era que el tipo sabía dónde golpear. Conocía a Lali. Sabía lo que era importante para ella.
Y eso le hacía mucho más peligroso de lo que la policía sospechaba.
Ella colgó el teléfono.
— Siento mucho haber perdido el control —dijo, limpiándose las lágrimas—. Ha sido un día muy largo.
— Sí, señora, lo entendemos.
Peter observó cómo se recomponía; Lali tenía una fuerza de voluntad que muy pocos hombres poseían.
Acompañó al policía por el resto de la casa.
— No debe haber visto este libro —dijo uno de los agentes con el libro de Peter en la mano, ofreciéndoselo a ella.
Peter lo cogió de las manos de Lali. Al contrario que el agente, él no estaba tan seguro. Si el bastardo había intentado romperlo, se habría llevado una desagradable sorpresa.
No podía ser destruido. Él mismo había intentado hacerlo en incontables ocasiones a lo largo de los siglos. Pero ni siquiera el fuego hacía mella en él. El libro le hizo recordar las palabras de Lali.
Él se iría en unos cuantos días y ella se quedaría sola, sin nadie que la protegiera. Y esa idea lo enfermaba.

Los agentes se marcharon en el mismo instante que Candela llegaba en su coche. Salió del Jeep acompañada de un hombre alto y moreno que llevaba el brazo en un cabestrillo. Candela prácticamente corrió hasta la puerta.
— ¿Estás bien? —le preguntó a Lali  mientras la abrazaba con fuerza.
— Sí —le contestó ella. Miró sobre su hombro y entonces saludó al hombre—. Hola Vico.
— Hola Lali. Hemos venido a echarte una mano.
Ella le presentó a Peter y los cuatro entraron en la casa.
Peter detuvo a Cande tan pronto como estuvieron dentro, y la llevó aparte.
— ¿Puedes mantenerla un rato aquí abajo?
— ¿Por qué?
— Tengo que ocuparme de algo.
Cande  frunció el ceño.
— Claro, no hay problema.
Esperó hasta que Candela y su marido sentaron a Lali en el sofá. Entonces, fue a la cocina, cogió un par de bolsas de basura y se encaminó al vestidor.
Tan rápido como pudo, comenzó a ordenar todo aquel desastre para que Lali no tuviera que verlo de nuevo. Pero con cada trozo de papel que tocaba, su ira crecía.
Una y otra vez acudía a su mente la tierna expresión de Lali mientras buscaba un libro entre toda su colección. Si cerraba los ojos podía ver su pelo desparramado sobre su pecho mientras leía.
En ese momento, quiso la sangre de este tipo.
— ¡Joder! —exclamó Victorio desde la puerta—. ¿Esto lo ha hecho él?
— Sí.
— Tío, menudo psicópata.
Peter no dijo nada y continuó arrojando los papeles a la bolsa. Su alma gritaba, clamando venganza. Lo que sentía hacia Príapo era una leve sombra de lo que en esos momentos pasaba por su mente.
Una cosa era hacerle daño a él. Pero herir a Lali…
Ya podían tener las Parcas compasión de ese tipo, porque él no pensaba tener ninguna.
— ¿Llevas mucho saliendo con Lali?
— No.
— Eso me parecía. Cande no te ha mencionado, pero pensándolo bien, tampoco se ha mostrado tan preocupada porque Lali se quedara sola desde su cumpleaños. Supongo que os conocisteis entonces.
— Sí.
— Sí, no, sí. No eres muy hablador, ¿verdad?
— No.
— Vale, lo he cogido. Hasta luego.
Peter se detuvo cuando encontró la cubierta de Peter Pan. La cogió y apretó los dientes. El dolor lo asaltó de nuevo. Ese libro era el preferido de Lali.
Lo apretó con fuerza un instante y después lo arrojó a la bolsa con el resto.

Continuara.....